Se obedece pero
no se cumple

Por equipo de redacción Nuevo Horizonte
La historia de las luchas por la emancipación del pueblo afrocolombiano, ha sido una cadena de traiciones, leguleyadas y embolates por parte del establecimiento criollo. Secuestrados de manera masiva, traídos como esclavos por empresas privadas al nuevo continente para convertirse en combustible del desarrollo extractivista del imperio español, los descendientes de africanos fueron usados para la guerra de independencia y luego negados tres veces por los poderes fácticos de la patria recién conquistada. Así como con las comunidades nativas, el pueblo afro, originario de muchos sitios de África, pero homogenizado por los esclavistas, fue despojado de su identidad, de su cultura, su territorio y su tejido social, con la diferencia que las comunidades nativas, aunque devastadas, conservaron la referencia del territorio, mientras que el pueblo afro solo conservó su oralidad, su música y sus dioses disfrazados de sincretismo.
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En esta columna desarrollaremos una sucinta pero inédita historia de las luchas, sueños, frustraciones y avances del pueblo negro en Colombia, estando seguros que conocer nuestro pasado es pieza fundamental para la construcción de un futuro basado en una narrativa de redención y dignidad.
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En 1598 los cimarrones crearon el palenque de Uré, ubicado a 30 kilómetros al noroeste de la población de Cáceres en Antioquia; los esclavos de Zaragoza, Antioquia, se levantaron contra los esclavistas españoles, estableciendo este año como el fundacional del palenque, pues fue cuando se presentaron las sublevaciones en las minas de Zaragoza. Seguidamente a este levantamiento contra el régimen esclavista siguieron sublevaciones en los pueblos de Remedios, Cáceres, Marinilla, Río Negro, Plan Viejo y Girardota, entre otros. Todos estos contribuyeron a la conformación y organización del palenque.
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Los cimarrones se congregaron en grupos, ubicándose en Bocas de Uré, a las orillas de la quebrada Can, el río San Jorge y del río Uré, donde actualmente se encuentra ubicado el municipio de San José de Uré. Según la tradición oral que se conserva, una de las estrategias que mantuvieron los afrodescendientes para permanecer en el palenque fue la movilización por la zona para evitar el control y la persecución esclavista, quedándose las mujeres con los niños en los lugares, mientras los hombres huían para esconderse.
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El territorio en el que se ubicaron los cimarrones en busca de refugio y libertad estaba ocupado, en su mayoría en la parte alta, por el pueblo indígena Emberá Katío. Los afrouresanos, mediante tradición oral, sostienen dos versiones acerca de cómo ambas poblaciones cohabitaron en el territorio.
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La primera versión indica que la división territorial obedeció a la necesidad geográfica determinada por las costumbres y creencias de cada grupo étnico, en este sentido los indígenas se mantendrían arriba en la montaña y los cimarrones abajo en la parte plana donde se encuentran los ríos y quebradas; La segunda afirma que debido a que los indígenas para mantener la pervivencia cultural Emberá abandonaron el territorio plano para evitar posibles cruces interétnicos y pérdida cultural.
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La palabra palenque denota un espacio cercado por palos. Según expresan los afrouresanos, los palenques eran construidos con palos. El palenque “es una célula social armada donde la persona negra deja de ser esclava, está libre y da rienda suelta a su sociabilidad” (palabras de un hombre de 70 años aproximadamente, durante uno de los encuentros de 2014 para Reparación colectiva).
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“Se entiende por palenque el espacio territorial donde vivían los hombres negros de manera libre, escondidos de los españoles. Es decir, se trataba de asentamientos negros y de gente africana, donde expresaban sus costumbres, su cultura. Espacios donde podían ser ellos mismos. El palenque debe ser entendido como un espacio político, un espacio en el que los negros pudieron mantener sus costumbres. Un espacio de resistencia territorial y política” (expresó otro hombre adulto durante uno de los encuentros de 2014).
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De acuerdo con las narraciones que se mantienen entre la población afrouresana, tanto los indígenas Emberá Katío como los primeros cimarrones se dedicaron a la caza, a la pesca, a la agricultura y a la minería empleando el barequeo. Sin embargo, mientras que para los Emberá Katío el oro era un artículo de lujo que debía lucirse, para los afrodescendientes era un bien comerciable.
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Para 1605 los cimarrones estaban distribuidos en los hatillos de Cintura, Uré, Carate y Jegua. éste último, propiedad del doctrinero fray Urbano Galeano, el cual fue atacado por el lider cimarrón Domingo Bioho y sus hombres. Los indígenas y los cimarrones realizaron sucesivas revueltas en contra de los invasores españoles.
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A finales del siglo XVII llegó al Alto Sinú y al Alto San Jorge, una numerosa población afro, fugada de las minas de Buriticá, Cáceres, Remedios y Zaragoza, en lo que hoy es Antioquia, y se estableció en distintos puntos del área comprendida entre las quebradas de Uré y río San Pedro, dando pie al asentamiento de negros libertos (cimarrones) denominado Uré, y más tarde, gracias a la imposición del cristianismo, San José de Uré.
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Los afros unidos con los nativos enfrentaban a los invasores, teniendo como símbolo la resistencia de Biohó. Los zambos, los palanqueros libres y los nativos indígenas se unieron en Uré, Carate, y Cintura, en el alto San Jorge, y se alzaron en rebelión. Los indígenas de las sabanas, se organizaron en Chinú, San Andrés de Sotavento, San Benito Abad y Corozal para un levantamiento contra los hispanos. En 1821 se inicia el proceso de liberación de esclavos que durará hasta 1851. Para 1824 José Félix de Restrepo, uno de los promulgadores de la Ley de Partos y uno de los más claros defensores de los derechos de los esclavistas afirmaba: […] convengo en el principio de que la esclavitud debe destruirse, sin destruir al propietario; no conceder la libertad es una barbarie; darla de repente es una precipitación […] los blancos que, bajo la autoridad de las leyes existentes, han empleado su caudal en una especie de comercio, por más justo que sea, no deben ser arruinados de repente por otro nuevo error de los legisladores. Estamos en un caso en el que no podemos ser enteramente justos […]
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El remedio radical de la esclavitud se presenta por sí mismo, y es el de la libertad de vientres; remedio que evita la propagación de este cáncer político y no trae perjuicios a los propietarios […] En recompensa (para los propietarios) de los alimentos, los hijos de esclavos, que son los que la Ley del 21 declara “libre” […] quedarán sujetos hasta los 16 o 18 años […]7. Y para mostrar que la Ley de Partos no perjudicaba a los propietarios de esclavos hacía el siguiente cálculo: “Desde doce hasta catorce, el trabajo vale, por lo menos, el doble del alimento; de allí hasta los diez y ocho es sin duda el cuádruplo. Si con la edad se aumentan los gastos, en la misma proporción crecen los servicios”. Nadie dijo cuanto les tocaba a los negros.
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Gracias por nada. Como una prueba más que la independencia de España no significó libertad, ni mucho menos igualdad en Colombia, está el tema de la manumisión de esclavos, una papa caliente para los gobiernos, que venía desde la independencia, habiendo generado la libertad de los negros, utilidades a los dueños de los esclavos libertos, pagado por el Estado colombiano, pero no indemnizaciones o cualquier otro tipo de retribución económica a los negros y negras desesclavizados.
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Las indemnizaciones deberían haber sido para los negros y negras esclavizados, pero la República y sus prohombres decidieron que había que premiar era a los secuestradores, y que, a los otros, a los ex secuestrados “que se los coma el tigre”. La perspectiva consolidada era de superioridad total del capital (de los banqueros globales) frente a la dignidad humana. Los negros siempre de últimos.
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Continua…
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